Oda al mondongo
Si es en realidad cierto,
lo meritorio y exultante de la degustación de callos,
tripas, menudos y mondongos...
Y si supiera el rumiante,
el destino glorioso de esa su preferida y antojadiza víscera,
despreciada por unos, desconocida por otros,
pero amada por muchos,
ricos y pobres, malvados y santos,
Que ese delicado tejido suyo,
ese manjar celosamente guardado en su vientre,
ese terciopelo de fina carne,
se ha transformado, por magia culinaria,
en una joya gastronómica...
Un día como hoy,
del limbo de los animales en un viaje fantástico,
regresaría un toro bravío y enardecido,
a verificar lo que se dice,
se sentaría con nosotros y exigiría su porción,
Y si la salsa fuese como un rojo banderín de Macarena,
luego de resoplidos y patadas, se tranquilizaría
y mugiría de placer y felicidad, para luego,
apasionarse consigo mismo.
Ernesto Arosemena N.
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